domingo, 22 de diciembre de 2013

 

un año que pinta dificultoso

Hubo muy pocas semanas en los últimos años, como la que acaba de terminar, que mostraron tan claramente las verdaderas consecuencias de la mal llamada “década ganada”. Un poco de calor, típico de esta época del año, puso de manifiesto la profundidad de la crisis energética que se vive a lo largo y ancho del país, con miles de familias con cortes de luz de hasta cinco días de duración, comerciantes que se vieron obligados a tirar cientos de kilos de mercadería y vecinos haciendo barricadas, en diferentes barrios, reclamando por soluciones que nunca llegaban (ver página 6). Desde que el kirchnerismo desembarcó en la Casa Rosada, allá por mayo de 2003, se puso de manifiesto una improvisación absoluta en materia energética. Pese a haber contado, durante varios años, con un viento de cola internacional favorable que permitió recaudar fondos extraordinarios, gracias a los alimentos que demandó el mundo y que se producen en nuestro territorio, no se hizo ni siquiera una sola inversión estratégica para evitar padecer los problemas que actualmente estamos afrontando. Los recursos estatales se destinaron, en forma de subsidios, a mantener artificialmente los valores de tarifas –también hubo mucha corrupción, con funcionarios y capitalistas amigos que se llenaron los bolsillos- llegando al absurdo de que hasta se subsidió durante esos años los servicios de luz, agua y gas de countries, bingos, casinos y edificios de zonas exclusivas, donde viven los sectores socialmente más acomodados. Se practicó un populismo estúpido, absolutamente irracional, sin el más mínimo sentido estratégico que debería existir en cualquier gobierno que tiene la responsabilidad de dirigir los destinos del país.
Lo más grave es que, más temprano que tarde, ante un Estado carente de recursos genuinos, que está mostrando números en rojo en cada una de sus cuentas, que no atrae capitales y que diariamente sufre una sangría de dólares, se podría implementar un severo ajuste tarifario generalizado que pondrá en jaque a la clase media y a los sectores populares. La fiesta del despilfarro de recursos, una vez más, la terminará pagando un pueblo que nunca fue invitado al convite.
La falta de inversiones está estrechamente ligada al otro gran problema que padecen los argentinos, y que en los últimos días se pudo apreciar en su real dimensión: la inflación. Sólo basta con ver lo que cuesta la canasta navideña, respecto a los valores que tenía el año pasado, para darse cuenta de la gravedad de la situación. Por ejemplo, según estudios de distintas ONG que se encargan de defender los derechos de consumidores, las frutas secas, turrones, sidras, champaña, pollo y frutas frescas, entre otros productos, mostraron incrementos promedio del 30,62%, respecto al año pasado. Esa misma canasta había subido 20%, entre 2011 y 2012. La inflación es una máquina de generar pobres. Es un flagelo que corroe todo el sistema y que termina afectando, principalmente, a los asalariados, cuyo poder adquisitivo cae en picada. Sin fuentes de financiamiento internas o externas para reactivar el aparato productivo y ampliar la capacidad instalada, se hace imposible incrementar –y aumentar la calidad- de los bienes y servicios disponibles. Ello deriva, indefectiblemente, en la espiral inflacionaria que, para colmo de males, es alimentada permanentemente por una alocada emisión monetaria del Banco Central que se destina a cubrir los baches de un Estado elefantiásico que se ha convertido en la principal fuente de empleo del país. Este Estado es el único de sostén de más de la mitad de las familias argentinas, que dependen de los planes sociales, las jubilaciones o algún otro tipo de asignación del sector público. Sin generación de trabajo genuino y sin mayor productividad, la situación se volverá cada vez más complicada. Si sólo tres argentinos están vinculados con la producción y aportan con sus impuestos -que enciman se vuelven una carga cada vez más pesada- para sostener el resto del sistema, es fácil darse cuenta que la ecuación no cierra por ningún lado. Se avecina un 2014 con muchas complicaciones. A la difícil situación económica, se le suma un gobierno con un poder político que se le licua, con internas que se expresan cotidianamente (los distintos ministros ya ni siquiera disimulan sus diferencias, y se contradicen públicamente entre sí) y una presidenta cada vez más alejada de la escena pública. Sin ir más lejos, en la última semana, CFK sólo participó del acto para ascender al jefe del Ejército, el polémico general César Milani, acusado de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura. Sólo cabe esperar que, en este escenario, el kirchnerismo no siga echando más nafta al fuego y tenga cierta racionalidad para no dejar un país incendiado. Si ello ocurre, en 2015, cuando asuma una nueva gestión, podrían instrumentarse las reformas de fondo que requiere el país. Se trata de una tarea difícil, pero no imposible. Existen en la Argentina especialistas con la materia gris necesaria para liberar las fuerzas productivas y aprovechar al máximo el enorme potencial que existe en nuestro territorio. Obviamente, es imposible que esto lo haga el kirchnerismo, cada vez más encerrado en su propia soberbia. Con reglas de juego claras, que no se modifiquen en función de los caprichos políticos de quien ostenta el poder político, evitando castigar con impuestos regresivos a los que producen e incentivando la cultura del trabajo en todos los sectores de la sociedad, dejando en el pasado las prácticas infames del clientelismo político, estaremos en condiciones de retomar el camino que hizo de la Argentina, hace tan solo unas décadas, el país más pujante del continente.

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