domingo, 8 de diciembre de 2013

 

viejas recetas

"Para ser buena política no me tengo que disfrazar de pobre”, dijo Cristina Fernández, poco antes de ser electa presidenta por primera vez, allá por el año 2007, cuando ella y su marido creían que podían alternarse en el poder indefinidamente. Obviamente, todos sabemos que CFK nunca fue pobre, y menos desde que el kirchnerismo ocupa el sillón de Rivadavia, período en el cual el patrimonio de la familia presidencial se multiplicó por diez. El enriquecimiento fue tal que, como lo venimos reflejando en las páginas de nuestro diario, Cristina tiene una fortuna superior a la de Barack Obama, presidente de la principal potencia del mundo.
Ahora bien, por más que CFK se crea lo que dice en público (hace unos años también se definió como la reencarnación de una arquitecta egipcia), los hechos que ocurrieron durante los últimos días en la Argentina demuestran que, no sólo Cristina no es pobre, sino que tampoco es “buena política”. Cualquier político, medianamente avezado y con algunos años de militancia encima, se hubiese percatado del enorme malestar social que están generando las políticas sociales y económicas implementadas por el gobierno, que en las últimas semanas han llegado al extremo de estar configurando un panorama de características muy similares al registrado en la crisis de finales del año de 2001. Si las medidas adoptadas durante los últimos dos años nos llevaron a esta situación de colapso, ¿se piensa realmente en la Casa Rosada que profundizando el cepo cambiario y llevando la alícuota extra del 20 al 35 por ciento para las compras con tarjetas de crédito en el exterior se podrá encontrar una solución efectiva a la caída de reservas y la fuga de capitales?, ¿se cree, realmente, que insistiendo con el control de precios de productos que nadie consigue al valor prefijado, se puede combatir la inflación? Hay, evidentemente, un grado de desorientación muy grande en el gobierno, que ni siquiera le permite darse cuenta de que exprimiendo limones sólo se obtiene limonada. En pocos días se celebrarán 30 años del retorno a la democracia, y el 21 de diciembre se cumplirán 12 años de los penosos acontecimientos que terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa, que incluyeron saqueos y una feroz represión, con muertos, frente a la Casa Rosada. Al igual que el gobierno de la Alianza, que se negó de forma permanente y sistemática a cambiar el rumbo y salir de la trampa de la Convertibilidad, pese a haber contado con un enorme caudal electoral en 1999 para poder hacerlo, la administración K está cometiendo el mismo error de encerrarse en su soberbia. Incapaz de reconocer errores y de hacer una autocrítica que le abra la puerta a propuestas alternativas, el kirchnerismo está empeñado en seguir con las políticas que han llevado a que en la Argentina exista uno de los mayores índices de inflación del planeta (solo superado por Venezuela en el continente), lo cual se combina con una aguda recesión económica. Querer maquillar la actual crisis social, con el simple argumento de que los saqueos en Córdoba fueron “armados”, resulta extremadamente infantil. Concretamente, si en la Argentina hay miles de lúmpenes o desclasados, que no tienen absolutamente nada que perder, y hasta son capaces de salir a saquear a plena luz del día o frente a las cámaras de seguridad, dejando sin nada a laboriosos comerciantes que en algunos casos hasta son sus propios vecinos, es porque antes hubo un proceso de profundo deterioro social, generado por un crecimiento exponencial de la marginalidad. La figura del saqueador/a nos retrotrae a una situación de pre-civilización, a una barbarie que sólo puede ser encontrada en sociedades precapitalistas, regidas por la ley del más fuerte. En ese sentido, si aquellos que tienen la responsabilidad de conducir los destinos de una nación ni siquiera son capaces de generar mínimas condiciones para que haya una movilidad social ascendente, que le permita a cada persona poder progresar en función de su propio esfuerzo y sacrificio (sin que nadie le regale nada), y para colmo esos mismos gobernantes terminan apelando a las formas más infames de clientelismo político como única forma de contención social, no es casualidad de que terminen proliferando hordas como las que generaron violencia extrema en Córdoba en la semana que pasó. Es imposible poder mantener un país en pie, garantizar derechos básicos de la ciudadanía como la seguridad y la propiedad privada, asfixiando permanentemente al que produce. Se generó un sistema sumamente perverso en el cual aquel que invierte y genera trabajo genuino, termina siendo castigado con una pesada mochila fiscal diseñada para sostener las dádivas otorgadas por el poder político de turno. En ese sentido, manejar un Estado como si se tratara de una estancia del siglo XIX, como siempre lo hizo el kirchnerismo, en un mundo globalizado y cada vez más informatizado, nunca puede terminar con un final feliz.

 Nada indica que el gobierno pretenda cambiar el rumbo. Por eso, los próximos días estarán marcados por la insistencia en aplicar las mismas recetas fracasadas como son los acuerdos de precios que, además de tener una efectividad que es nula, sólo sirve para acrecentar la incertidumbre e incrementar las expectativas inflacionarias. Eso no es todo. Un dato no menor es que, según coinciden distintos especialistas, el gobierno seguirá devaluando a cuentagotas en lo que queda del año, una medidas que equivale a echar nafta al fuego inflacionario ya que cualquier devaluación, si no está acompañada de planes estratégicos que apunten a mejorar la producción y la oferta de bienes y servicios, terminará llevando a que haya una transferencia fabulosas de recursos a sectores concentrados de la economía, mientras el valor de la moneda nacional se desvanecerá y gran parte de la población perderá de forma muy marcada su poder adquisitivo.

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