miércoles, 19 de febrero de 2014

 

La vida vale cada dia menos

Cuando un país entra en una crisis como la que se vive la Argentina, la vida vale cada vez menos. Por eso nadie está exento de ser la próxima víctima de delincuentes que están dispuestos a matar o morir al no tener absolutamente nada que perder.
En este escenario, los argentinos vamos perdiendo nuestra capacidad de asombro. Y hasta naturalizamos hechos aberrantes, como los ocurridos en los últimos días, con un joven abogado muerto durante una entradera en Quilmes y un sangriento enfrentamiento que tuvo lugar en nuestra ciudad, a pocos metros de un jardín maternal colmado de chicos, entre un policía de civil y un delincuente (ver Trama Urbana).
Lo que estamos viviendo con la inseguridad no es producto de una maldición divina o de un castigo del destino. Es la consecuencia del proceso de deterioro que tuvo lugar en la mal llamada “década ganada”, donde se desaprovechó una oportunidad histórica para empezar a sacar al país del atraso y del subdesarrollo. Lejos de emprender este camino, el gobierno kirchnerista dilapidó los fondos del Estado, vació todas las cajas habidas y por haber, para sostener un inmenso aparato de clientelismo político en busca del voto fácil. Las dádivas distribuidas a diestra y siniestra por el gobierno tuvo el único efecto de condenar a los pobres a que sigan siendo pobres. Y llevó a que la marginalidad se extendiera como una mancha de aceite: actualmente tenemos no menos de 12 millones de personas que no cubren sus necesidades básicas y que, en muchos casos, están condenadas a ser verdaderos parias sociales. Cuando cientos de miles de compatriotas no tienen la más mínima posibilidad de futuro, y no se crean puestos de trabajo genuino que garantice una movilidad social ascendente, para que las familias puedan progresar en función de su esfuerzo y sacrificio, se conforma un caldo de cultivo para el desarrollo de la delincuencia. A diferencia de otras épocas, además, el accionar delictivo está estrechamente relacionado con otro flagelo que se ha extendido de forma exponencial en nuestro país: el narcotráfico. En las páginas de nuestro diario, de forma reiterada, hemos informado en los últimos años que los carteles que manejan el oscuro de negocio de la droga ya no tienen a la Argentina como territorio de paso: están instalados, aquí fabrican estupefacientes de forma masiva, envenenan a nuestros jóvenes y hasta exportan a otras latitudes del planeta. Este proceso se hizo con un gobierno cómplice, que jamás tuvo la decisión política de combatir al narcotráfico. Peor aún: hasta lo incentivó, al dejar absolutamente abandonadas nuestras fronteras y nuestros puertos, que son auténticos coladores. En definitiva, que el máximo responsable de la seguridad a nivel nacional sea un personaje como Sergio Berni, que quiere despenalizar el consumo de drogas y que califica al mayor narcotraficante de la historia como “un personaje famoso”, es la consecuencia lógica de los desaguisados del kirchnerismo en la materia (ver página 5). Este mismo gobierno fue el que, desde que asumió el poder en 2003, consideró a a la inseguridad como “una sensación”. Y se dedicó a destruir las instituciones de seguridad, tanto en lo que se refiere a las fuerzas armadas como a las policiales, inspirado en argumentos ideológicos que atrasan 40 años. En ese sentido, mientras Brasil involucró a las fuerzas armadas para intentar desterrar a los narcos de las favelas, en la Argentina se optó por un camino absolutamente diferente con policías que carecen de armamento y preparación, y con militares que ni siquiera tienen presupuesto para poder hacer volar un avión que proteja nuestras fronteras.

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