lunes, 15 de diciembre de 2014

 

una de groucho

En 1946 Julius "Groucho" Marx le escribió una carta al crítico teatral Irving Hoffman pidiéndole, muy a su manera, que fuera el padrino de su nuevo hijo. Como era una carta de Groucho, la misma no podía dejar de ser memorable:
Groucho Marx - el por qué de mi nombre
Querido Irving:
Entre golpes de buena fortuna, he estado jugueteando con la idea de convertirte en padrino de mi inminente hijo. Sin embargo, antes de hacerlo oficialmente, me gustaría ver un informe notarial completo de tu activo. No quiero repetir la desdichada experiencia que tuvieron mis padres a fines del siglo XIX.
Por aquella época había un tío Julius en nuestra familia. Medía metro cincuenta y cinco en calcetines, agujeros incluidos. Llevaba una barba negra y puntiaguda y gafas gruesas y tenía una cabeza rematada por una calva del tamaño aproximado de una torta de trigo sarraceno. Fuera como fuese, mi madre se había hecho la idea de que el tío Julius era rico y le contó a mi padre, que nunca comprendió demasiado a mi madre, que sería una brillante maniobra de adulación estratégica hacer al tío Julius padrino mío.

Bien, como sucede a todo el mundo, nací al fin y antes de que pudiese decir "Robinson", me bautizaron Julius. En el momento en que tenía lugar ese acontecimiento histórico, el tío Julius estaba en la habitación trasera de un estanco de la Tercera Avenida, repartiendo las cartas por debajo. Cuando le llegó la noticia de que le habían hecho padrino mío, lo dejó todo, incluyendo dos ases que tenía en la manga en caso de emergencia y rápidamente corrió a nuesta casa.
En un discurso tan humedecido por la emoción que sus propias gafas le impedían ver dijo que se sentían abrumado por ese gesto sentimental de nuestra parte y señalo que mi futuro (un futuro color de rosa) estaba irrevocablemente vinculado al suyo. Al final del discurso, incapaz de ver todavía a través de sus empañados cristales, besó a mi padre, ofreció un cigarro a mí madre y volvió corriendo a la partida de pinacle.
Dos semanas después se mudó a casa, con maleta de cartón y todo, Al pasar el tiempo, mi madre empezó a sospechar, y un día, hablando de él con mi padre, no sólo descubrió que el tío Julius parecía estar sin fondos, sino lo que era peor todavía, que debía 34 dólares a mi padre. Como sólo medía metro cincuenta y cinco, mi padre se ofreció para echarle, pero mi madre aconsejó prudencia. Dijo que había leído muchos casos de hombres ricos que, después de vivir vidas miserables, morían dejando tremendas fortunas a sus herederos.
El tío Julius permaneció con nosotros hasta que me casé. Por entonces, ocupaba la mejor habitación de la casa y debía 84 dólares a mi padre. Poco después de mi boda, mi madre admitió finalmente que lo del tío Julius había constituido un terrible error y ordenó a mi padre que le mostrara el camino de la calle. Pero con los años el tío Julius había crecido un par de dedos mientras que mi padre se había encogido en proporción, por lo que finalmente convenció a mi madre de que la violencia no era la solución para el problema.
Poco después ese tío Julius lo solucionó todo al irse al otro barrio, dejándome único heredero. Sus bienes, una vez inventariados, consistían en una bola de billar que había robado en una sala de juego, una caja de píldoras para el hígado y una pechera postiza de celuloide. Supongo que debería mostrarme un poco más sensible con respecto a este asunto, pero fue un duro golpe para todos nosotros y, si lo puedo olvidar, no volverá a suceder. Bueno, Irving, esta es la historia. Si te interesa, contéstame lo antes posible y, no lo olvides, un informe financiero actualizado acelerará considerablemente las cosas.


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