sábado, 30 de octubre de 2010

 

esatafa en el hipodromo ¿ la verdadera historia?

Mucho se ha comentado acerca del robo a la tesorería del Hipódromo de La Plata. Mucho se ha especulado. Fue un golpe vil y mezquino a un símbolo de la ciudad que agoniza desde hace ya más de diez años. La traición a una institución que, mes a mes, alimenta a más de 600 familias. Y el sentimiento que queda, pueril e inconmovible, es el de la impunidad. La más absoluta impunidad.



He aquí, la que habría sido la verdadera historia.






Corría el año 2009, cuando en la sede de uno de los sindicatos más importantes del Hipódromo se escuchó a un afiliado advertirle a su secretario Adjunto: “Ojo con Dieguito, se está llevando plata”. Nadie creyó en aquel momento que tal advertencia pudiera ser cierta. Es que el Hipódromo de La Plata, como la mayoría de las instituciones públicas, es un hervidero de dimes y diretes, que pocas veces tienen fundamento.



Semanas después, uno de los contadores de otro de los sindicatos del Hipódromo se reunió con su secretario General: “Los faltantes en tesorería son cada vez más grandes”, le confesó. El líder de su sindicato se dio cuenta que ésta vez la historia era cierta. Le consultó quién lo estaba haciendo y cómo se estaba llevando el dinero. “Es Dieguito. Se lleva entre 10 mil y 50 mil todos los meses. Al principio sólo sacaba dinero para dar adelantos a algunos empleados de alto rango que se los pedían. A los pocos días le devolvían el monto y él lo volvía a su lugar. Pronto comenzó a tentarse con la idea de llevarse él mismo algunos fajos”.



El secretario general escuchaba con los ojos abiertos como platos. “¿Y los controles?”, preguntó. “Viejos y obsoletos. La zona tiene cámaras, pero no así la oficina donde se guarda el dinero. Por otro lado, si la cámara lo ve entrar y salir no habría nada de malo, dado que él trabaja ahí. Las únicas medidas relativamente efectivas son la llave y el código de seguridad, pero a la llave la tiene más de uno y al código lo conocen, por lo menos, tres personas”.



Su interlocutor no pudo terminar el café. Se levantó de la mesa, despidió a su contador con un afectuoso abrazo y levantó el teléfono. Del otro lado lo esperaba el secretario General del gremio vecino. “Es Dieguito, ¿qué hacemos?, ¿lo denunciamos?”. Del otro lado del teléfono, el silencio se sostuvo ingrávido unos minutos. “Todavía no -se escuchó al fin-, todavía no tenemos pruebas”.



Desde aquél momento los secretarios generales de dos de los sindicatos que operan en el Hipódromo de La Plata comenzaron a desplazar a los afiliados propios que trabajaban en la zona de tesorería a otras áreas del predio. Todavía no podían denunciar a “Dieguito”, todavía quedaban dudas. La más importante: si se llevaba entre 10 mil y 50 mil pesos por mes, ¿por qué los arqueos que se llevaban a cabo varias veces al año en la tesorería siempre daban bien?



Los arqueos son ejercicios contables que se llevan a cabo para asegurarse que los montos que figuran en los papeles coincidan con lo que hay dentro de la caja. La pregunta entonces era válida: Si Dieguito se estaba llevando 50 mil pesos por mes, ¿por qué los arqueos daban bien?.



Fue entonces cuando la tarea a cumplir de los sindicatos comenzó a ser doble. Por un lado, ir desplazando a los afiliados a otras áreas, por miedo a que “queden pegados”. Por otro lado, una tarea de inteligencia: resolver las incógnitas que aún quedaban flotando en el viento para poder denunciarlo.



No tardaron mucho en conseguir la información que requerían. Usted lo sabe tan bien como yo, el “mundillo” del Hipódromo es tan pequeño que uno puede averiguar lo que quiere si sólo le pregunta a la persona adecuada.



El secretario Adjunto de uno de los sindicatos le preguntó a su afiliado más indiscreto por los arqueos. “Es muy simple”, respondió su interlocutor con zozobra. “Cada vez que se va a hacer un arqueo los oficiales llaman al Hipódromo para avisar unas semanas antes. Es protocolo -aclaró-. Lo paradójico de todo esto es que al que llaman es a Dieguito. Él aprovecha ese tiempo para conseguir un prestamista que le dé el faltante (100 mil o 200 mil pesos, en aquél momento), pone ese préstamo en la caja, se hace el arqueo y todas las cuentas cierran. Cuando los inspectores se van, la plata vuelve a salir de la caja –con un pequeño interés-, y es devuelta al prestamista”.



Esta suerte de “bicicleta financiera” comenzó a funcionar, entonces, hace ya algún tiempo. Y lo que arrancó con 10 mil pesos terminó con algo más de un millón. ¿A dónde fue a parar el dinero?. La parte más pequeña, a cuentas bancarias. Pero la mayor parte se gastó en electrodomésticos, un velero, pantallas de LCD, muebles y mucho juego. “Es que a Dieguito le gustan las carreras”, comentó un allegado.



Pero fue a mediados de éste año, cuando aquél viejo informante regresó a tomar un café a las oficinas de su sindicato. El secretario General, que estaba en una reunión en Lotería de la provincia, se enteró que estaba allí y le pidió que lo espere.



“La bicicleta ya se le hizo demasiado grande”, le confió el afiliado a su líder, cuando éste volvió de la reunión. “Ya sacamos a la mayoría de nuestros afiliados de la Tesorería, pero, ¿cómo paramos a Dieguito?”, preguntó el secretario General, asombrado por lo que estaba escuchando. Sabía que una denuncia era, por el momento, inviable. Demasiadas dudas, demasiados claroscuros.





Pronto esa pregunta tuvo su respuesta






Es que Dieguito también lo había notado. Para su consternación, el faltante ya era indisimulable, se había dejado ganar por la tentación y ya no había prestamista que lo salve. Decidió entonces irse temprano del trabajo en un día elegido, y dejó que otros se encarguen de cerrar la caja. Un último manotazo de ahogado. Y se fue. A dormir, a soñar quién sabe con qué.



A primeras horas de la mañana del día siguiente presentó una denuncia, señalando un faltante de 850 mil pesos. ¿Se denunció a él mismo?. No, no se alivie, no tuvo ese gesto. Lo hizo pensando que así se eliminaría a sí mismo de la posible lista de sospechosos. Y así fue, aunque por muy poco tiempo.



Al primer golpe de vista las autoridades policiales notaron que, si él denunció un faltante de 850 mil pesos y en la caja todavía quedaban otros 850 mil cuando los oficiales arribaron, entonces en algún momento de la noche del robo la caja tuvo que tener 1.700.000 pesos en su interior. Bueno, esto es imposible, dado que es una caja pequeña. Allí no entra físicamente tanto dinero. Este pequeño dato trajo las primeras dudas acerca de la persona que había hecho la denuncia.



Pero pronto vinieron otras. Si entre Dieguito y su esposa ganan, en total, unos 8 mil pesos por mes, ¿cómo pudo comprarse un velero, electrodomésticos de alta gama, poner un bar, viajar a Nueva York, al Caribe, comprar muebles, y encima tener 100 mil pesos en efectivo en su casa?.



Dieguito, acorralado, contrató a uno de los estudios de abogados más caros de la ciudad y presentó un certificado médico indicando que sufre de “angustia y nerviosismo”, expedido por un traumatólogo –sí, sí. Leyó bien. No fue un psiquiatra ni un psicólogo. Un traumatólogo-.



Ahora está en la casa. Mira de reojo al velero, pero ya no lo visita. Enfrente suyo cuelga sobre la pared una pantalla de LCD de 39 pulgadas, pero ya no la enciende. El bar que quería instalar sigue allí, pero ya no lo quiere. Su delito es excarcelable, pero ello es tan sólo un alivio temporal. Porque de éste tipo de cosas ya no se vuelve. Y él lo sabe.






Fuente: esta y esta




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