lunes, 30 de abril de 2012

 

NO al aborto.

En un artículo publicado el jueves 26 de abril, en el diario tucumano La Gaceta, se relató la historia de una mujer que siguió con su embarazo pese a que a sus hijos (mellizos) se les diagnosticó casi nula sobrevida fuera del útero materno.

Los mellizos, varón y mujer fueron diagnosticados con anencefalia (sin cerebro) en el varón, y encefalocele (cerebro con hernia) en la mujer. "Ya no recuerdo la infinidad de médicos que me vieron desde entonces. Ninguno sabía explicarnos a mi marido y a mí cuál era el pronóstico. Sólo se apresuraban a aclararnos: 'miren, esta es una decisión de ustedes, piensen tranquilos, que nadie los va a juzgar... ¿Decidir qué? ¿Quién nos va a juzgar? ¡No entendíamos nada! ¡Todavía no nos caía la ficha! Y ellos seguían: 'no se aten a la moral ni a la religión...' A ver... ¡sólo quiero saber qué se puede hacer! ¡No me empiecen hablando de la interrupción del embarazo!", relató la mujer de 37 años a La Gaceta.



"Lo único que sabíamos era que había dos corazones latiendo a full. ¡Y no los íbamos a parar nosotros! Pero ¿cómo sigue esto? Uno de los ecografistas apenas me vio me dijo: 'seguir con el embarazo es una locura. Se te va a hinchar la panza, no vas a poder aguantar el dolor´. Ahí sí me asusté muchísimo. ¿A qué me estoy exponiendo, si mis hijos se van a morir igual? Después mi ginecóloga me tranquilizó: 'no, mirá, vamos a continuar el embarazo mientras no pongamos en riesgo tu salud. Los bebés estarán bien siempre que estén en tu panza'", contó.

Enfrentar la mirada del otro no era más fácil que escuchar a los médicos. "Me tuve que bancar que me digan: 'Dios sabe por qué te manda esto', 'si Él lo permite por algo será', 'los hijos pagan por los pecados de los padres'... Entonces dije ¡basta! Mis hijos no son un castigo”.

La mujer recordó que el embarazo pasó como “una ráfaga de felicidad”, pero “sin preparativos ni elección de nombres. En cambio, había que hacer otras cosas: comprar ropa para la partida, averiguar sobre el servicio de sepelio. Cuando le pedí a mi marido que se encargara de todo eso, se quedó mirándome como si no entendiera nada, hasta que se dio cuenta. ¡Es tan duro todo esto...!".

A los siete meses de gestación, el 18 de abril, se realizó la cesárea programada, que transcurrió sin sobresaltos, como el embarazo. Los dos niños nacieron vivos y fueron bautizados en el mismo quirófano por un sacerdote. El varón fue el primero en partir, vivió sólo una hora.


Por otro lado, la niña todavía sigue aferrada a la vida. Quieta y sin llorar, espera a su madre en los horarios de visita. Inexplicablemente, mueve el pie cuando la mamá se lo acaricia y ciñe con fuerzas el dedo de su papá.

El dolor es muy grande. Y la historia aún está inconclusa, pero este matrimonio no se arrepiente de nada, aceptaron la vida tal como venía, quizás, porque pensaron que aunque triste, es más humano sepultar a los hijos que deshacerse de ellos.

"¿Quiénes somos nosotros para decidir cuánto deben vivir nuestros hijos?", concluyeron.

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