lunes, 29 de octubre de 2012

 

Martin vestiga y el prensero condicionador

Aburrido de la mayoría de los temas de siempre, que no avanzan ni retroceden, esta vez voy a ocuparme de mis colegas, los periodistas. Especialmente de uno, que está con un pie del lado del cronista y con otro del lado del servil prensero. Es alguien que hoy parece haberse convertido en un intransigente que por un sueldo que nunca tuvo se olvida hasta de su propio pasado, cuando hacía guardias periodísticas junto a los hombres de prensa que ahora se atreve a censurar. “Martín querido, tengo algo para contarte”, me dijo un amigo que conoce bien el ambiente del periodismo platense. “Dale, estoy escaso de temas, hace mucho que no manda nada a la gente de NOVA”, le respondí, mientras degustaba un cafecito en una mesa en la vereda y veía pasar a las chicas que, con sus cambios de ropa, acusan la llegada de la primavera. Fue así que mi amigo me contó sobre los últimos comportamientos de César Acuña, un periodista de trayectoria, querido y conocido por todos en la ciudad de las diagonales. “Está irreconocible”, me aseguró. “¿Por qué?”, mi interés iba en alza. “Desde que es prensero de Nora de Lucía se convirtió en un tipo agresivo con los colegas”, me dijo mi contacto, que es asiduo a las distintas ruedas de prensa del sciolismo.
Según su relato, esta semana Acuña tuvo un nuevo intento de condicionamiento de las preguntas de un periodista. Llamativo en alguien como él, que conduce noticieros y ha hecho guardias de todo tipo en las ahora soleadas veredas de La Plata. Más curioso aún por su condición de autoridad del Sindicato de Prensa Bonaerense. “En el lanzamiento de la corriente sciolista ‘LA DOS’ –refirió amigo-, César se interpuso entre un cronista y la directora general de Cultura y Educación y lo inquirió respecto de ‘qué preguntas iba a hacer’. ‘Dejáme hacer mi trabajo’, le respondió el colega”. Esas palabras acaso lo hayan hecho reflexionar, pensé mientras mi amigo continuaba con su relato. Pero no es la primera vez que sucede. Tiempo atrás, recordó con tino mi fuente, César Acuña llegó a empujar a una periodista para impedirle que hablara con Nora de Lucía, ignorando una cuestión básica del periodismo: las diferencias que puedan haber por los contenidos de un medio deben hablarse con sus autoridades y no con los cronistas, que son, justamente, eso: meros cronistas. Pero parece que las luces del poder de la vocería obnubilaron al periodista. Sumamente preocupante porque se trata de una autoridad del Sindicato de Prensa Bonaerense, que debe velar por garantizar los derechos de los periodistas. “Si ni siquiera les permiten preguntar, estamos jugados”, señalé, pidiéndome otro café. “¿Reflexionará Acuña para comprender que no puede ejercer la censura o condicionar a alguien que quiera hacer una nota?”, me preguntó mi amigo. No respondí. “¿Vos que creés, Martín?”, insistió. “No sé”, dije al final. Atisbos de violencia, censura y condicionamientos, lo que se dice una caída libre al desprestigio. Eso, por supuesto, no lo dije. Me lo guardé para mí.

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