La Plata, Ciudad Generosa

Tribunales está lleno de garcas. Nunca tuve ninguna duda de eso. Pero ahora parece que, además de embaucadores que se escudan en las artes del Derecho, en sus fatigosos pasillos también pueden encontrarse jueves y funcionarios amigos del travestismo. Gustos son gustos, y más en el siglo XXI. La cuestión es que hace unos días tuve que presentarme ante la Justicia por una de las tantas informaciones que publico en esta columna. Todo es verdad, pero los damnificados se ofenden, como si lo inapelable tuviera remedio. Tras aclarar mis dichos con las pruebas correspondientes –soy un periodista muy riguroso-, me encontré en el bar de enfrente con Tito Travesaño, un viejo amigo de la noche platense y gran frecuentador del mundo gay. Mientras degustábamos medialunas y café, mi contacto –bastante amanerado, por cierto- me puso en autos de la vieja costumbre de un conocido juez de Garantías de la ciudad, pelilargo, locuaz y algo fachero: los travestis. “Parece que le gustan más que las minas, Martín”, aseguró mi amigo. “Pero si tiene fama de picaflor, Tito”, repuse. “Pero dicen que hizo la clásica: se aburrió y ahora se le dio por los trabas”. Entre jocoso e incrédulo, escuché algunas historias: el magistrado, que supo estar en la mira de la Justicia por extorsión y hoy es un hábil twittero, cultiva desde hace un tiempo la afición por los travestis en sus horas nocturnas. De hecho tiene un amigo que los pasa a buscar de su parte por el reconocido bar “Almendra” a la 1 de la mañana; vendría a ser algo así como un “recolector”. Se trata de un juez que tuvo exposición pública en el último tiempo por estar a cargo de la causa por el caso Piparo. “¿Lo habrán visto por televisión algunos de los travestis con los que se ve a la noche”, me preguntó, irónico, Tito. “No sé”, atiné a contestar. “No sé”. Miré por la ventana. En Tribunales seguía saliendo y entrando gente.

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