jueves, 5 de diciembre de 2013

 

martin vestiga y la rabolini

Cansado de que mis colegas hagan periodismo en la dirección equivocada, me dispuse a prestar atención a esos detalles salientes que incomodan a los dueños del poder. Esos que los inquietan y los enervan al hacerse públicos.

Lo que me gusta a mí, bah. Fue entonces cuando me decidí a asistir a una actividad en la cual estaría presente el gobernador Daniel Scioli. La invitación al Teatro Argentina me la hizo un funcionario de poca monta, pero con quien tengo un vínculo de amistad.
Al llegar, noté lo de siempre: mujeres de plástico acomodadas por quienes se creen los dueños de la verdad por un cargo, cirugías por doquier y lo peor: babosos que se regodeaban con la zaparrastrosa belleza que mostraban las mujeres que, de natural, no tenían ni las uñas de los pies.
En ese momento divisé la más ridícula de las imágenes. La mujer del gobernador estaba entre “la chusma” y comenzó a fastidiarse a pocos metros de donde yo me encontraba.
Se le escuchó decir a sus más íntimos, un selecto grupo formado por patovicas y alcahuetes: “Tengo unas ampollas que me matan, estos zapatos son terribles”, se quejó la coqueta Karina Rabolini.
Lo cierto es que no salí de mi asombro al notar que esa mujer es la misma que se regodea con actos solidarios y quien tiene una deuda sin saldar con una entidad bancaria del Estado bonaerense, el mismo que ahora conduce su marido.
Sus zapatos de alta gama eran un problema. El problema de los ricos y la clase alta estaba ante mis ojos. Decidí retirarme asqueado y volver a mis andanzas, pero esta vez a los arrabales del poder y no al clima más elevado de la alcurnia, donde los problemas son otros.

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